Ya han
pasado dos semanas desde que desembarqué en suelo americano. Los primeros 14
días, que ya parecen un mes, fueron una mezcla de sensaciones y emociones que
se pueden resumir en este breve conjunto de palabras.
Comidas
gigantescas, luz de sol de 6 a 22, gimnasia al alba, galletitas de todos los
sabores, almuerzos a las 12, calls a las 7AM, lluvia por varios días seguidos,
un paseo por la costa, dos jornadas en el campo y el primer malvavisco en una
noche de lluvia.
No nos
olvidemos de la limpieza extrema, del orden y la cordialidad como contracara de
los frios saludos y del no contacto visual. Los after office de 5 a 7 con poco
alcohol y mucha burguer junto a aros de cebolla, y las prolijas rutas donde todos conducen a la misma
velocidad siguiendo el fluir del tránsito.
Gente de
todos los países, servicios que funcionan, tarjetas de crédito para todo,
además de los productos orgánicos, los recipientes reciclables y los autos que
parecen un barco de tan inmensos pero a la vez confortables. Mi compañero clave, el GPS, sin él no hubiera
podido llegar ni a un solo lugar.
Cabe
destacar la caja automática, un descubrimiento que marcó para mí un antes y un
después en la conducción. Como no mencionar la pileta con su jacuzzi, parrila y
servicios onboard. Más allá, la completa cocina toda eléctrica sin conexión a
gas ni siquiera para hacer una torta y el balcón de cara a la transitada y
verde avenida principal.
Lo más
importante, el skype en todos los dispositivos posibles, la conexión a tierra en
estas dos semanas imparables en las que mi micro ha tratado de integrar un
nuevo idioma hasta para las tareas más cotidianas.
Cosas
buenas, cosas malas, nuevos lugares y gente para todos los gustos, como
siempre. Muchas experiencias que recién comienzan y otras por venir, dos
semanas que se han convertido en una exitosa prueba piloto que confirma la
regla: al final, nos acostumbramos a todo.
Saturday Market, Portland, OR
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